[noviembre-diciembre
1893]
Piqueteros en setiembre 1893: cortando el
camino en el puente de Pontygwaith. [Imagen tomada de la www, no del original
en Sprawa
Robotnicza.]
El 17 de noviembre finalmente terminó la gran huelga de 300.000
mineros, una huelga que duró cuatro meses y que fue de una importancia nunca
vista antes. Ya hemos escrito que fue causada por la decisión de los dueños de
las minas de carbón de reducir los jornales, a partir de agosto, en un 25 por
ciento. Los capitalistas manifestaron que en vista de que sus ganancias habían
disminuido por los actuales precios del carbón, los obreros debían renunciar a
una cuarta parte de sus jornales. El siguiente informe, hecho por un socialista
inglés, muestra el beneficio de los capitalistas ingleses al lado de los
jornales de los obreros:
El número de capitalistas
mineros es de 3.000. En 1892, su beneficio neto era de 170 millones de rublos.
La cantidad de obreros en las minas de carbón en el centro de Inglaterra es de
300.000. Su ingreso anual suma en total 150 millones de rublos. O sea, que un
capitalista tiene una entrada semanal de 1.090 rublos y a un obrero le toca un
jornal semanal de 9,60 rublos. ¡De esta forma, un barrigón que durante toda su
vida no hace nada recibe el mismo importe que 115 obreros que realizan un
trabajo duro, que permanentemente ponen en peligro su vida y su salud!
Pero incluso esos
modestos jornales fueron logrados solamente con enormes esfuerzos de los
obreros y docenas de huelgas.
Porque todavía en el
año 1888 sus jornales eran un 40 por ciento más bajos y los mineros pasaban por
grandes miserias. Se quejaban de que sus hijos “andaban medio muertos de
hambre”. En 1890, después de una ardua lucha, los mineros lentamente
llegaron a los jornales actuales, y ahora, tres años más tarde, los
capitalistas deciden de nuevo bajar los jornales a 7,20 rublos. Sin embargo,
los mineros manifestaban que menos que eso no aceptarían, y que prefieren dejar
de trabajar del todo y morir de hambre, antes que volver a la miseria del año
1888.
Al principio se creía
que la huelga iba a abarcar a todas las masas mineras, que en Inglaterra junto
con Escocia suman más de 660.000 hombres. Parece que en agosto hubo
efectivamente un momento en el que 500.000 hombres fueron a la huelga.
Pero muy pronto 200.000 de ellos abandonaron la idea del paro, y quedaron
300.000 mineros, que aguantaron hasta el final. Esa falta de concordancia entre
los mineros ingleses se debía a las fundamentales diferencias de opiniones y
organización. En Inglaterra los mineros se dividen en tres grandes
organizaciones principales: la Unión de las zonas de Durham y Northumberland,
que abarcan a unos 100.000 obreros, la Unión de las Zonas de Gales del Sur y
Monmouthshire, con 65.000, y finalmente la llamada Federación de los
Mineros de Inglaterra Central, con más de 300.000 trabajadores. Esas
organizaciones tienen características totalmente diferentes entre sí. Las dos
primeras uniones están bajo la influencia de los mineros mejor pagados, que
están conformes con su destino y rechazan la idea de una lucha. Los obreros de
esas zonas se dejaban engañar por los capitalistas mediante la llamada “escala
de jornales flexibles”. El engaño reside en el hecho de que existe una
comisión, formada parcialmente por obreros, que suele calcular los jornales
tomando como base los precios del carbón. Entonces, el capitalista aparece como
una persona totalmente inocente, quien al fijar los jornales depende totalmente
de los precios de mercado de su mercadería. Pero es evidente que con los
precios del carbón, sean altos o bajos, el capitalista fija los jornales
de tal forma que siempre le queda una gran ganancia, mientras que los obreros
salen perdiendo.
Cuando hace algunos
años los mineros aceptaron la engañosa instauración de los jornales flexibles,
los obreros de aquellas zonas se quedaron como petrificados, ya que por haber
luchado habían cerrado las vías para mejorar su situación. Confiando en la
exactitud del mensaje de sus explotadores, repetían como loros que un aumento
de los jornales sólo podría producirse como consecuencia del aumento del precio
del carbón; pero como esos precios eran bajos, la lucha no tendría éxito.
Confiando pues en la Divina Providencia y en precios más altos, los obreros de
ambas regiones están mal organizados y no quieren ser solidarios con los otros
mineros de Inglaterra; más aun: los molestan en su lucha y hacen las veces de
herramientas de los capitalistas. Cabe mencionar que justo esos obreros son los
que se oponen a la instalación de la jornada de ocho horas en Inglaterra en
forma de una ley obligatoria, ya que opinan que eso es una contradicción de la
“libertad” del obrero mayor de edad. Vemos, entonces, en qué medida los obreros
son tomados por tontos por sus explotadores.
Bien diferentes son
los obreros del centro de Inglaterra, organizados en la llamada “Federación de
Mineros”. Ellos no se dejaron avasallar por los jornales flexibles. No creen
que el jornal dependa del precio de la mercadería y dicen: “A nosotros no nos
importa el precio del carbón del mercado. Nuestro trabajo debe darnos lo
suficiente como para vivir, lo demás no es asunto nuestro”. Por ese motivo se
unieron en una asociación minera, sólida y perfectamente organizada, para
mejorar su situación. Hasta el año 1888, que era el peor período para los
mineros, hubo algunas pequeñas asociaciones en Inglaterra. Pero en vista de la
miseria de aquella época, las asociaciones de mineros se unieron formando una
federación y la meta de esa federación era, como ya se ha dicho, lograr un
aumento del jornal del 40 por ciento. La disminución de los jornales planeada
en último término, otra vez tocaba principalmente a los mineros del centro de
Inglaterra. En el primer momento convocaron a las otras dos uniones de mineros
para que se uniesen solidariamente a su lucha. Pero los obreros de esas
uniones, fieles a sus falsos fundamentos, rechazaron la propuesta, porque en
vista de los bajos precios del carbón consideraban una fantasía esa lucha por
jornales más altos. Ni siquiera se avergonzaban de trabajar horas extra,
perjudicando a los compañeros en huelga. También se negaban a ayudarlos con
dinero, a pesar de que los mineros del centro de Inglaterra anteriormente los
habían ayudado con cientos de miles. Abandonados a su suerte, los mineros de la
Federación no perdieron el ánimo. Apelaron a la solidaridad de los mineros
franceses, belgas, alemanes y austriacos, quienes en un congreso resolvieron no
producir carbón para exportar a Inglaterra. Los mineros franceses y belgas
incluso hicieron una huelga, pero por mala organización y otros motivos
tuvieron que abandonar la lucha en forma parcial o total.
Ahora muchos se
preguntarán: ¿Cómo fue posible que 300.000 mineros, que junto con sus familias
suman aproximadamente medio millón de personas, pudiesen aguantar cuatro meses?
Debido a la excelente organización de los mineros. Las cajas, alimentadas
constante y abundantemente, contenían varios millones de rublos. A esto se
sumaba la ejemplar disciplina de los mineros en huelga, quienes, unidos y en
armonía, evitaban choques sangrientos con los militares, y cada decisión
tomada por los dirigentes era aceptada por todos. Ese cuidado y esa disciplina
de los mineros asustaron a los capitalistas, que entonces desistieron de tomar
represalias. Por ejemplo, la mayoría de los mineros ingleses vive en casas de
los dueños de las minas. A pesar de la huelga, no se atrevían a desalojarlos,
ya que los obreros amenazaban que en ese caso correría la sangre, y los
capitalistas vieron que debían creerles.
Más que el miedo a
sus puños, a los mineros los ayudó la situación política. En Inglaterra, donde
los obreros pueden votar y donde constituyen una enorme mayoría, el poder político
de los partidos depende de la relación de los obreros con los partidos. Porque
justo ese año decidieron fundar un partido obrero independiente en el
Parlamento, y elegir sus representantes. Desgraciadamente, hasta ese entonces
las masas obreras siempre elegían uno de los partidos burgueses. Dos partidos
principales dominan desde hace un siglo el parlamento inglés, turnándose: el
liberal, que lucha por los derechos de los industriales y comerciantes, y el
conservador, que defiende los intereses de los terratenientes. Esos dos
partidos, en constante conflicto, ganan por turno las elecciones, según para
quién votan los obreros. Como resultado de esa dependencia de los obreros ambos
partidos compiten en atraerlos, pero lógicamente también deben hacer algo por
los obreros mismos. Entonces se comprende por qué los dueños de las minas, que
pertenecen al partido conservador (vencido en las últimas elecciones), temen,
más que a los puños, el hecho de que en el futuro los obreros podrían votar por
los contrarios, y por eso no desalojan a los mineros huelguistas que viven en
sus casas. También se entiende entonces por qué el partido liberal, que
nuevamente llegó al poder gracias a los votos de los obreros, desistió de
atacar a los huelguistas con la fuerza militar, y si bien hubo abundancia de
militares y policías en las zonas mineras, en ninguna parte se han producido
disturbios, como los que hubo por ejemplo en la huelga minera en Francia. Se
produjo el milagro de que casi toda la sociedad capitalista inglesa les hizo
llegar considerable ayuda económica a los huelguistas. Altos dignatarios,
pastores, obispos, ¡y hasta los mismos dueños de minas aportaron a veces miles
de rublos para ayudar a los mineros! Tales milagros demuestran que la burguesía
depende de la clase obrera.
Es de lamentar que
los obreros ingleses no hayan elegido sus propios representantes socialistas
para integrar el Parlamento y que la burguesía haya tenido que hacer
concesiones al considerarlos como adversarios políticos independientes, en lugar
de tratar de atraerlos hacia su lado. Pero eso permite ver la ventaja que
significan los derechos políticos de la clase trabajadora, antes aun de que
ésta sepa aprovechar a fondo esos derechos.
La competencia de los
partidos burgueses para lograr el favor de los trabajadores significó el aporte
de una suma considerable que ingresó en la caja de los huelguistas. No hace
falta mencionar que los obreros de todas las demás ramas de la industria
inglesa también han ayudado dentro de sus posibilidades. ¡Así esa enorme masa,
que agrupaba más de un millón de hombres, pudo soportar con gran esfuerzo las
dieciséis semanas! Ante el poder de resistencia de los huelguistas, los
capitalistas comenzaron ya en agosto a proponerles un arreglo mediante un
tribunal arbitral. Pero los obreros no querían saber nada de eso y seguían
repitiendo que no aceptarían ninguna disminución del jornal. Gracias a la
libertad de reunión, los mineros organizaron miles de reuniones al aire libre y
los más elocuentes los animaron con discursos enardecidos para seguir
resistiendo y para la lucha; apasionadas, las masas manifestaban su acuerdo.
Especialmente las mujeres de los mineros se destacaban por su firmeza y
proclamaban a los gritos que antes de permitirles a sus maridos e hijos regresar
al trabajo y aceptar la miseria que les ofrecían, matarían a sus chicos... En
cada una de las reuniones se decidió: continuar la huelga.
Mientras tanto, las
reservas de los barones del carbón empezaban a agotarse, los precios del carbón
subían tremendamente. Muchas factorías del hierro, los ferrocarriles, etc.,
tuvieron que parar por falta de combustible. El temor de perder ventas en el
exterior por no poder hacer entregas por mucho tiempo, impulsó a varios
capitalistas a instar a terminar la huelga lo antes posible. La población
también sufría por el encarecimiento del combustible. El invierno se estaba
acercando. La gente consideraba a los capitalistas como los causantes de la
huelga y las voces que decían que los obreros tenían razón se hacían oír cada
vez con más frecuencia. Sin embargo, los obreros no tenían intención de ceder.
Entonces, en la Sociedad de los Dueños de Minas empezó a reinar el descontento
y se repetían las quejas contra los jefes de la Sociedad, que habían causado la
huelga y que por su terquedad cargaban con el enojo de todo el país. Los
capitalistas abandonaban, uno tras otro, la Sociedad y empezaban a hacer
concesiones a los obreros por su cuenta. Uno tras otro se mostraban dispuestos
a volver a emplear a los obreros, sin rebajar los jornales. En sus reuniones,
los obreros en conjunto estaban de acuerdo en que aquellos compañeros que
trabajaban con esos capitalistas pudieran volver al trabajo, pero con la
condición de que todos serían reincorporados y que ninguno sería despedido por
huelguista. Al mismo tiempo, cada obrero que regresaba al trabajo se
comprometía a aportar inmediatamente medio rublo por día a la caja de huelga
para sostener a los compañeros que continuaban el paro. Es decir, que también
de este lado venía parte de la ayuda y las masas seguían con la huelga. Entre
tanto, la Sociedad de los capitalistas corría el peligro de perder la mayoría
de sus miembros y eso terminó definitivamente su resistencia. En vista de ese
hecho y por el peligro de otra huelga que ponía en peligro la existencia de
toda la “industria local”, el gobierno ofreció nombrar a uno de los ministros
como mediador entre obreros y capitalistas. Ambas partes aceptaron la propuesta
y el 17 de noviembre se fijaron los resultados del convenio, como sigue:
Los obreros pueden reasumir
su trabajo bajo las condiciones anteriores; se formará una comisión,
constituida por 14 capitalistas y 14 mineros, que elegirá en forma conjunta un
presidente, y que a partir del 1° de febrero de 1894 definirá los futuros
jornales de los mineros. Esa comisión actuará, a modo de prueba, durante un
año.
Después de esa
decisión, que constituye una total y brillante victoria de la masa obrera, los
dirigentes de la huelga decidieron terminarla y volver al trabajo. La victoria
y el fin de la huelga provocaron una enorme alegría en todos los distritos
mineros. Las minas y las casas fueron decoradas con hojas, los niños bailaban y
saltaban. Los obreros se felicitaban unos a otros. También en el resto del país
ese hecho fue celebrado como una gran fiesta. En el Parlamento la noticia del
fin de la huelga fue recibida con un aplauso cerrado; el primer ministro
respiró aliviado y dijo: ¡“Gracias a Dios”! La prensa toda comentó ese hecho,
tal fue la importancia lograda por los mineros ingleses con su extraordinaria
lucha.
Realmente, los resultados
de la huelga pueden ser considerados como una victoria. Ante todo, los obreros
obligaron a sus explotadores a pagarles los jornales anteriores. En cuanto a la
comisión, que va a determinar los jornales del año próximo, se puede estar
tranquilo de que no hará nada a la manera del comité de los jornales flexibles.
Eso lo garantiza el inmenso poder mostrado por los obreros en la huelga, con
quienes los capitalistas no querrán tener conflictos nuevamente. También lo
garantiza la tenacidad con la que los mineros retuvieron los sueldos
anteriores, diciendo que “no tienen nada que objetar que los jornales se fijen
según los precios del carbón, si éstos significan un aumento de los jornales”.
Finalmente, los obreros aprobaron solamente un año de prueba. En el caso
de que no estuvieren satisfechos con el trabajo de la comisión después de un
año, volverán a la lucha con fuerzas redobladas.
Esa victoria representa un
hecho que no existe muchas veces en la historia de la masa obrera. Hasta ahora,
no se ha visto en Europa una huelga tan formidable. Y eso que el enemigo de los
trabajadores —la Sociedad de los Dueños de Minas en Inglaterra— pertenece a su
vez a las organizaciones capitalistas más fuertes del mundo. Pero lo más
importante, lo que hace que esa huelga sea tan significativa, es el principio
en que se basaba esa lucha. Se trataba del convencimiento de que: o bien es
posible defender y lograr un mejor jornal aunque bajen los precios del
producto, o bien si bajan los precios de la mercadería —como sostenían
aquellos mineros ingleses anticuados y desorientados, que se negaban a
participar de la huelga— es inevitable bajar los jornales. En otras palabras:
si la organización y la lucha de los obreros hoy día puede lograr algo, o si el
trabajador debe someterse a todas las oscilaciones del mercado de consumo y
soportar humildemente su miseria. La victoria de los mineros en el centro de
Inglaterra demuestra que lo expresado en segundo término es erróneo, que el
obrero sí tiene la posibilidad de protegerse, al menos de la extrema miseria,
cuando dispone de una organización fuerte y de libertad política.
Por lo tanto, los
resultados de la huelga y de su finalización abarcan mucho más que las ventajas
materiales inmediatas de los mineros del centro de Inglaterra. Como suele
suceder después de una batalla ganada, se duplicó la influencia de la
Federación de Mineros y la confianza que le tienen las masas obreras. Los
aportes a las cajas de las diversas zonas entrarán con más fluidez que antes.
Las decisiones serán aceptadas con más seriedad y rapidez. Y hay más: los
obreros de otros distritos mineros, que se negaban a participar en la huelga,
ahora tienen que admitir que la Federación del Centro de Inglaterra tenía
razón, tienen que reconocer su superioridad y poco a poco seguirán su ejemplo.
Ya durante la huelga las masas mineras de esos distritos apoyaban a sus
compañeros de la Federación. No hay duda de que, tarde o temprano, todos se incorporarán
a la victoriosa Federación. Y, finalmente, la victoria de los huelguistas
derrotó a la “Sociedad de Dueños de Minas de Carbón”, esa poderosa
organización capitalista, y la ha debilitado en la medida en que robusteció la
organización obrera. Ya hemos visto que dicha Sociedad prácticamente fue la
víctima de la huelga.
Así fue como gracias a la
perfecta organización y las especiales condiciones políticas, los mineros
ingleses lograron una victoria total, batieron a sus enemigos y atrajeron a miles
de sus compañeros de infortunio a la participación en la lucha conjunta por un
futuro mejor.
Rosa Luxemburg
(noviembre-diciembre
1893)
Traducción directa del
alemán al castellano, especial para el ERL: Marion Kaufmann.
Publicado por
primera vez en polaco en Sprawa
Robotnicza, París, nov-dic. 1893.
La versión alemana de
referencia puede verse en: